Compartimos las penas para olvidar
Al mismo tiempo recordamos, pero el recuerdo
queda en el jardín, se ocupa de sus asuntos,
olfatea las fosas cerradas.
Entre todas las publicaciones que se producen en las redes sociales, entre toda la información persistente en las plataformas digitales, encontramos inserto un dispositivos poético y sanador que Soledad Simón Fareleira activó. En letras manuscritas, con una grafía que la mano expresiva imprimió sobre una hoja blanca, leemos: “Todos tenemos algo horrible para olvidar. Poner en palabras una pena hace que sea más liviano”. La afirmación vital que se proclama en este texto se confirmó con los mensajes de diferentes personas que, a través de Instagram, contaron a la artista eventos difíciles de recordar. De esa manera, la acción o proyecto “Compartimos las penas para olvidar” se presenta como una pequeña comunidad de escritos anónimos donde, únicamente, Fareleira conoce la fuente, el origen y sus nombres particulares. En ese encuentro de notas o cartas sobre el olvido se trama y teje una voz única, vinculada al dolor y el pasado que toma incipientes formas, se transforma. La operación ejecutada por la artista oscila entre médium y traductora, inclusive como una excelsa copista. Así, logra recopilar esos mensajes como tesoros que, cuidadosamente, transcribe en una tela, en un retazo de lienzo para luego bordar con paciente hilo rojo. Es en ese procedimiento artesanal, donde involucra su propio cuerpo, es ella quien modifica “lo horrible” con la cadencia rítmica de sus movimientos. Las nuevas letras son producidas, ahora, por la materia meditativa del hilo rasgando la tela; la mano repara lo herido, la mano hilvana lenguas rotas. La acción, en su conjunto, podría denominarse como aquello que Vinciane Despret llama “prácticas de encantamiento” donde la artista y quienes le escriben “están capturados en un dispositivo de transformaciones conjuntas”. El dispositivo es el bordado, como práctica artesanal y que, por sus características procedimentales, se diferencia de la de la plataforma tecnológica desde la cual se intercambiaron los mensajes. La función primordial del dispositivo es liberar los recuerdos individuales de la matriz solipsista. Es decir, romper la linealidad narrativa del yo, donde la pena se aloja como constitutiva o trauma, y conducirla creativamente a un espacio otro del habla. Emanuele Coccia escribe: “El olvido no es accidental, es la condición de posibilidad para comenzar a vernos de manera diferente”, y más adelante, “lo que experimentamos como olvido, como límite insuperable del reconocimiento y de la memoria, es una metamorfosis”. Bordar el olvido del recuerdo que, se escribe fuera de la memoria personal, es una manera de inventar un límite. En esa frontera, el recuerdo abandona al sujeto singular para habitar la mano en movimiento, para convertirse en capacidad creadora. La metamorfosis, en este caso, es la fractura y el desmembramiento del evento traumático como centro narrativo de la linealidad espacio – temporal del yo subjetivo. Por el contrario, en el espacio material y en el tiempo meditativo del bordado se anudan y destejen figuras de una memoria renovada visitando el mundo.
Por otra parte, la idea de que un hilo narrativo configura nuestra historia personal, causas y efectos de la narrativa occidental, se contrapone con las desordenadas puntadas del bordado. El primer hilo nace y muere, el segundo configura vibrantes metamorfosis en las fronteras perplejas del lenguaje y escribe con figuras rojas más nacimientos.
“Compartimos las penas para olvidar” asume la contradicción inherente a la misma propuesta porque, de alguna manera, en esa forma de olvido aparece el recuerdo. Sin embargo, la artista indaga, con la destreza coreográfica de su cuerpo bordando, la traducción de esas tristezas y nos muestra la condición ambigua y ficcional de nuestras creencias. La vida interior puede narrarse, una y otra vez, adoptando tonalidades y cualidades, prácticamente, infinitas. La fragmentación y el montaje es la condición común de la historia y la memoria: acontecemos en un paisaje que modifica su horizonte según la perspectiva. La totalidad en el continuum de una unidad perfecta es una ilusión idealista, la memoria habita el cuerpo mucho más que la mente, el pensamiento que nos constituye es capaz de bailar. Étienne Souriau buscaba respuestas para nociones extintas en la filosofía moderna y anotó valiosas reflexiones sobre la existencia del alma. Nos dice que, provisoriamente, pensemos en ella, en el alma, como una “sustancia virtual”, omitiendo aquella tradición que la separaba de los cuerpos. Entonces, Souriau escribe: “Hasta qué punto, por qué medios y en qué condiciones podemos poseer el conjunto de todas nuestras riquezas virtuales”. Así, el alma se manifiesta en la riqueza de lo que podemos expresar, encantar o modificar. El olvido es la virtualidad del recuerdo que aparece y desaparece, en la cadencia minuciosa y palpitante de un anverso y un revés desbordantes.
Mariana Robles











